El padre Ben, era un hombre de unos 50 años de edad,
elegante, educado, sensible, y tenía a cargo la capellanía de la cárcel de
Esserhem en el norte de Holanda. Cada
domingo nos esperaba a la entrada de la prisión, donde nos reuníamos con todos los
voluntarios que servíamos en Misión Holanda, una organización cristiana
compuesta por algunos hermanos, quienes disponíamos de nuestro tiempo para visitar
a los encarcelados y llevarle el mensaje de salvación.
Bart Feenstra el director, una hermana chilena casada con
holandés, un pastor holandés que a veces nos acompañaba, algunos hermanos de la
iglesia Rafael de Schoonhoven también iban de vez en cuando, unos hermanos de
República Dominicana, mi esposa y yo.
Una vez registrados a la entrada de la cárcel, nos
recibían algunos internos dentro de la capilla, un auditorio para unas
doscientas personas. Allí nos ofrecían un café, teníamos una charla corta y a
las diez de la mañana en punto comenzaba la misa católica. El padre Ben la oficiaba en
tres idiomas: Holandés, inglés y leía español, aunque no lo hablaba pero
se daba mañas para leer las citas bíblicas o las reflexiones.
Cantaban, hacían
todo el ritual, pero una vez que daba la
comunión, decía: "Ahora los hermanos Alonso y Martha van a cantar y van a orar
por nosotros". Era una oportunidad maravillosa porque cantábamos esos coros
viejitos que ya no se usan mucho en la iglesia moderna. “Solamente en Cristo,
solamente en El, la salvación, se encuentra en El…” Luego orábamos por ellos, y
pedíamos por la salvación del alma del padre Ben y de todos los que allí estaban
sentados.
Luego prendían una vela como despedida para el interno que había cumplido su condena, y cantábamos; "Por qué perder las esperanza de volverte a ver, por qué perder las esperanzas si hay tanto querer...no es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós, si junto estaremos unidos en El Señor".
Luego prendían una vela como despedida para el interno que había cumplido su condena, y cantábamos; "Por qué perder las esperanza de volverte a ver, por qué perder las esperanzas si hay tanto querer...no es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós, si junto estaremos unidos en El Señor".
Terminada la misa, nos repartían más café con galletas o
torta que habían llevado las voluntarias católicas, pues ellas siempre se
aparecían con algo rico para comer.
Bien, llegado el medio día, se aparecía el padre Ben con
unos tres internos arrastrando un carrito con nuestros almuerzos. No olvidaré
esa clase de comida. Una maravilla. Unas bolas de carne de res, puré de papa,
por supuesto ensalada y jugo. Calidad de comida. Y nos decían que a los internos
les servían igual que a nosotros. Ahora
comprendo cómo es que algunos de ellos se amañaban tanto estando presos allí.
Después de almorzar, y compartir algunas experiencias,
Ben se retiraba y comenzaban a llegar todos los latinos que comprendían
español, es decir los italianos, rumanos, portugueses, y latinoamericanos,
algunos mexicanos.
Volvíamos a cantar y allí hacíamos culto. Un palabra de esperanza se les entregaba, orábamos por ellos y a las cuatro de la tarde regresaba
el padre Ben para acompañarnos a la salida.
En la Navidad era muy bonito, porque les grabábamos un
mensaje de un CD, comprábamos bufandas, gorros y guantes, algunos chocolates, y
podíamos darles un abrazo a estos hombres, que alguna vez cometieron un error y
ahora estaban bajo llave.
La última vez que fuimos, cuando ya estábamos saliendo con
el misionero Bart, me devolví y extendí las manos orando: "Esto nunca más será
prisión." Este lugar se convertirá en una escuela bíblica. Hace poco me enteré por la prensa que ese edificio
fue cerrado como prisión y está siendo usado para albergar a los asilados.
La experiencia de llevar el mensaje de salvación a los
presos en Holanda fue única y haberle enseñado del padre Ben a despedirse en español: "Hasta la vista".
Dios los bendiga.
Alonso
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