Ni por un momento se les ocurra pensar que era bueno para este deporte. La única que todavía dice que era bueno, es mi esposa, la verdad es que era muy constante, perseverante, pero jamás me destaqué en nada jugando al fútbol.
Mi pasión por el fútbol me fue transferida por mi papá y mis hermanos mayores. En mi infancia recibí un balón de regalo, una entrada al estadio, y muchas figuritas en un álbum pegado con almidón de yuca en un cuaderno usado, tenía entonces una foto en la pieza del equipo favorito, no les voy a decir cual para que no me molesten, pero desde hace 50 años no gana nada.
La calle, la mejor escuela. Las "banquitas", dos piedras, una pelota, cuatro, ocho, diez voluntarios y a jugar hasta entrada la noche, todos los días, todas las semanas, meses y años dándole, algo se aprende.
Primer equipo, el del barrio, malos hasta las cachas, y en el colegio, era obligación jugar. Amigos, jornadas largas, zapatos rotos, prestar tenis, Más tarde, jugar con el barrio, la empresa, la universidad y la liga. No sé cómo hacíamos pero estudiábamos, trabajábamos, entrenábamos y los fines de semana jugábamos los partidos.
Anécdotas, las que quiera. Peleas, golazos, fracturas, partidazos, bueno poco a poco les iré contando. En la casa seis hombres, todos jugadores, el mayor, tremendo cabeceador, pero también tremendo indisciplinado, expulsado cada dos partidos, récord Guinnes, los demás, de regular rendimiento y yo el tronquito del paseo. Había entonces una caneca de cartón en la casa, de esas que usaban los cuerpos de paz para llevar leche en polvo a las escuelas, siempre estaba llena de pantalonetas y camisetas de todos. Tener un partido implicaba meternos de cabeza entre la caneca para lograr hacer la combinación adecuada.
Recuerdos, de toda clase, fueron años pasando de un equipo a otro, en la empresa, en la universidad, en la liga bogotana, en cuanto amistoso salía, con la aduana, en Suba, en Melgar, en las canchas de la Nacional, en Fontibón, en el parque nacional, en las canchas de Kennedy, en el tercer puente, en el Olaya, a todas ellas íbamos a jugar.
Anécdota:
Nos invitaron a jugar un torneo en un pueblo llamado La Palma en Cundinamarca. Jugábamos con el equipo de la Aduana Nacional, el equipo contrario era la selección local. Nos alojaron en el hotel de media estrella en el pueblo, era domingo el día del encuentro. Yo era delantero centro, cabeceaba como una mula, entonces nos dispusimos a jugar...El partido estaba muy tenso, ellos patabravas, nosotros un poco menos, pero sin arrugarnos. Un pase de fondo y volaron piedras sobre nuestras cabezas. Resulta que toda la familia del arquero de ellos, inclusive la novia, estaban detrás de la portería, entonces cuando queríamos ir por el balón, nos tiraban piedras y no había manera de acercarse a hacer un gol.
No sé cómo, el árbitro que se había emborrachado la noche anterior con los grandes de mi equipo, se inventó un penal faltando cinco minutos. Lo querían matar. Ganamos uno a cero, pero ellos de rabia nos cobraron la entrada al club del pueblo a cada jugador para poder recibir el trofeo.
Cosas del fútbol.
Hasta luego.
Alonso
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