jueves, 16 de abril de 2020

De luto.


Negro, el pollo y Misi, dejaron una profunda huella en mi corazón.
En la casa paterna, vivíamos 12 personas: Papá, mamá, nueve hijos y una empleada. ¿Mucha gente verdad? Pues bien, mi papá no gustaba de los perros. Lógico, al ser tantos, aunque la casa era grande, tener un perro era mas que una compañía, un estorbo.

Mi papá siempre fue la autoridad de la familia. Se hacía lo que él decía; nunca se impuso, siempre fue con mucho amor y responsabilidad, todos valoramos eso.
Pero mi mamá a veces se salía con la suya. El diálogo era mas o menos así:  "¿Papá ¿podemos ir a una fiesta"? No, porque tienen que estudiar. Entonces mi mamá intervenía: Mijo, déjelos ir, mire que ellos no son  irresponsables, es más, yo los acompaño. Y nos sacaba el permiso. Entonces algunas veces ella ganaba.

Pues así fue con el perro. Nos regalaron un pequinés muy pequeño, tal vez de un mes de nacido o algo así. Al principio mi papá decía cosas contra el perro pero poco a poco el animalito se fue ganando el cariño de todos, y era muy bonito ver como corría cuando partían panela para recoger las boronas que caían al piso, porque era un amante descarado del dulce.

Lo tuvimos algunos años pero un día enfermó y murió. Era lamentable ver a mi mamá llorando, y todos nosotros llorábamos, no se si por el perro o por ver llorar a mi mamá. Fue el primer luto animal en mi vida.

Luego nos regalaron un pollito de esos que vendían en la puerta del almacén Ley. Felices con el pollo, jugando con el animal, nos divertimos mucho. En una de esas, me dio por dar un brinco y el pobre pollo se metió debajo de mi suela y quedó semi aplastado. La impresión de sentir el zapato pisando el pollo fue tremenda. Estoy escribiendo esto y siento escalofríos.

Bien, como el pollo no se murió de una vez, me mandaron a recogerlo para ahogarlo en la alberca. No se que fue peor, si la sensación de pisarlo o de sacudirse en mi mano para tratar de librarse del agua. Lloré toda la noche.

Pasaron los años. Estudié, me casé, tuve hijos, y uno de ellos insistió en que era el tiempo de tener una mascota. Un gato.
Aceptamos. Nos fuimos con Martha en la moto a recorrer el pueblo donde vivíamos, y preguntando, llegamos a una tienda, donde tenían gatos para regalar.

Nos dieron un monito lindísimo, como de unos dos meses de nacido. Felices llegamos a la casa e hicimos fiesta. Mis hijos encantados, y nos encariñamos tanto que Misi, a las pocas semanas ya formaba parte de la familia. Nos divertía, pasaba acostado en el monitor del computador tal vez por el calor que producía el aparato.

Una noche Misi se nos perdió. Lo buscamos, lo llamamos, y de pronto salí a la calle por el lado del garaje de la casa y lo encontré muerto, caliente todavía, con la boca llena de sangre, todo reventado. No se si lo atropelló una moto o la vecina que nos tenía mucha rabia lo mató. Prefiero pensar que fue una moto.
Esa noche sufrí un descontrol como jamás lo había tenido. Lloré a gritos, maldecía a la vecina, o al que me había matado el gatico. Mis hijos me miraban asombrados, nunca había actuado así.

Lloré toda la noche. Al día siguiente debía ir a una reunión de trabajo a la capital. Mis compañeros me preguntaban si estaba enfermo, los ojos hinchados, yo les decía que había estado llorando pero nunca les dije cual era la causa.
Regrese en la tarde a la casa y estuve llorando tres días. Era un dolor terrible que me salía desde lo más profundo de mi alma.

Al tercer día, mi esposa Martha, me habló con tanta autoridad como nunca la vi así: Me dijo: "Óigame bien Alonso". ¿A usted qué es lo que le pasa? ,no lloró así por su mamá ¿y está llorando por un animal? Me hace el favor y se levanta, se lava la cara y deje tanta tontería.

Esas palabras me sacudieron, recapacité, me levante, aunque todavía me dolía y me sigue doliendo, pensé: De verdad, yo no lloré por mi mamá porque sabía a donde iba. No es justo que llore mas por un animal que ya no está.

No quiero mas mascotas en mi casa por favor.

Dios los bendiga, escribir esto me puso mal.

Hasta luego.

Alonso.

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