Cuando viajaba para Holanda con mi familia, mi esposa Martha, mis hijos, hicimos escala en Caracas Venezuela. Nos revisaron la documentación, nos pasaron a una sala de espera donde debíamos abordar unas tres horas mas tarde. De pronto sonó por el altavoz del aeropuerto mi nombre. Me extrañé mucho, la verdad me asusté pensando que algo había hecho mal. Me dirigí al mostrador de la aerolínea para preguntarle al la mujer que atendía, cuál era el motivo de mi llamada. Ella muy amablemente me dijo: ¿Usted lleva café? Le respondí: Sí, llevo para unos familiares. Ah entonces no tenga temor, es que los perros lo olieron y cuando pasa eso se ponen nerviosos. Preséntese ante la policía que ellos lo requieren.
Yo temblaba, porque me imaginaba que me iban a dejar en tierra, cuando todo estaba arreglado para viajar, aunque sabía que no había hecho nada malo algo se había podido inventar el diablo para interrumpir la misión, o por lo menos hacernos sufrir un rato.
El funcionario me dijo en tono para nada amable: Siéntese aquí, no se levante hasta que yo le diga. No se mueva de aquí. Llamé a mis hijos pequeños, les dije; Díganle a su mamá que ore, porque esta gente se puede inventar algo para dañarnos el paseo.
Pasó una hora que me pareció un mes, entonces vino otro funcionario armado y con un radio y me invitó para que lo siguiera. Pasamos por varios pasillos, bajamos algunas escaleras, y de pronto me vi en un mar de maletas, eran las bodegas de carga del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía en Venezuela, miles y miles de bultos de todo tipo estaban depositados allí.
Unos metros adelante se encontraban dos soldados de la Guardia Nacional rodeaban mi maleta. En Bogotá la habíamos hecho envolver en plástico y hasta ese momento no lo habían abierto, eso me dio algo de paz.
Podemos revisar su maleta? Usted nos da permiso de abrirla para ver qué lleva?
Claro que sí, con mucho gusto, les dije. Una vez abierta la maleta, metió el guardia su mano en ella y lo primero que sacó fue una gran biblia de estudio que llevaba para mi estudio, y luego extrajo un paquete de Cds que llevaba.
El funcionario me dijo: ¿Usted qué hace? Le dije: Soy pastor misionero. ¿Y esos Cds? Son predicaciones del evangelio. Su cara cambió, se puso muy amable conmigo, me agradeció permitirle hacer su trabajo y me pidió cerrar la maleta. Pero había allí un joven que también habían llevado conmigo, que al abrir su maleta le encontraron una ropa interior de mujer y comenzaron a burlarse de él y a reírse y así se olvidaron de mí.
De la misma manera como me devolvieron a la sala de espera, me volvió el alma al cuerpo. Agradecí a Dios por la oportunidad de haber orado una hora intensamente y una vez adentro del avión, sentí que Dios me había protegido, y de alguna manera haber testificado con los elementos que tenía mi maleta.
Dios los bendiga.
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