martes, 26 de mayo de 2020

Una noche para el recuerdo

Era el año 1996, agosto, tiempo de progreso, vida de negocios, los niños creciendo saludablemente, un buen colegio, buenos ingresos, una casa bonita con piscina, ropa bonita, perfumes, paseos, trabajo, amigos, es decir una vida normal de una familia colombiana de clase media en una ciudad capital.

Había un círculo de amigos de una entidad del gobierno que frecuentaban mi casa, era un lugar de tomar unos tragos, de visita social, de confraternizar con mis hijos, así como nosotros también visitábamos a otras familias.

Esa noche vino una abogada amiga (me reservo su nombre) a visitarnos con su hijo pequeño. La casa tenía un patio con una puerta que daba a la calle y al frente el parque de la urbanización. Mientras los niños jugaban en el parque mi esposa, la abogada y yo nos pusimos a hablar de varias cosas.

De pronto nuestra amigo nos contó que tenía un caso muy delicado en la institución para la que trabajaba y que le habían hecho un atentado para matarla. Nos asustamos mucho con la historia, pero ella siguió hablando. Le enviaron dos sicarios de otra ciudad para matarla y ella los enfrentó, pues la persiguieron en dos motos y cuando la iban a matar, ella salió del vehículo y les dijo: Yo estoy cubierta con la Sangre de Cristo. Los hombres que estaban fuertemente armados dieron media vuelta, no hicieron nada y huyeron.

Yo me quedé pensando por un momento en la historia que nos contaba nuestra amiga la abogada. por mi mente pasó una película, donde veía a los sicarios disparando y las balas pegando en los chorros de sangre que bajaban por el cuerpo de nuestra amiga.

Terminó la visita, nos dispusimos para ir a dormir, pero yo no pude conciliar el sueño en toda la noche. Cuando trataba de dormir, me venía la imagen de los disparos en la sangre y rebotando como si fuera una sangre blindada. No dormí ni un minuto.

Al día siguiente, llamé a mi amiga y le conté lo sucedido con el sueño, y ella me dijo: Alonsito, Dios a usted también lo está llamando, yo estoy asistiendo a la iglesia cristiana evangélica. Entonces pronuncié las palabras que Dios había estado esperando que salieran de mi boca: Yo también quiero de eso que usted está recibiendo.

El siguiente miércoles, la doctora pasó por mi negocio, me recogió, me llevó a la iglesia, me presentó, y desde ese bendito día, nunca más he querido salir de los atrios de mi Padre Celestial.
Bendito sea ese día, bendita sea la historia de mi amiga y bendita sea mi amiga a la que Dios usó como su instrumento para que mi casa y yo llegáramos a los pies de Cristo.

Han pasado los años, mas de veinte, pero entre más pasa el tiempo, más enamorado estoy de mi Señor.

Dios los bendiga

Alonso

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.